Cualquier día terminan las ofertas y yo no llego a tiempo.
Me quedo sin embrujos, sin mágicos destellos, sin pompas de colores,
sin la bondad de la alcancía, sin plenilunio, solo…
entretenido con las hormigas
Cualquier día terminan las ofertas y yo no llego a tiempo.
Me quedo sin embrujos, sin mágicos destellos, sin pompas de colores,
sin la bondad de la alcancía, sin plenilunio, solo…
entretenido con las hormigas
Lo decía en estos días un triste funcionario experto en despilfarros. Después de años ahorrando energía a razón de interminables apagones que, además, se pagan; después de años ahorrando las medicinas que no compramos, los alimentos que no adquirimos, las viviendas que no tenemos; después de años aportando recursos al ahorro en bancos destinados a la quiebra, cuando ya no queda país que seguir vendiendo ni impuestos que crear, se exigen más y nuevos sacrificios, más y nuevos ahorros.
Pero tienen razón quienes insisten en el ahorro de todos como soporte al despilfarro de algunos.
Hay que seguir ahorrando.
Y empezar, por ejemplo, por ahorrarnos los manilargos gobiernos que se han sucedido en el poder en los últimos 40 años y que han derrochado hasta el agotamiento la confianza de este ingenuo pueblo tantas veces burlado.
Y seguir incentivando el ahorro y así economizarnos los partidos políticos responsables del dispendio de tantas esperanzas baldías, los desembolsos de tantas fraudulentas elecciones.
Y persistir en la mesura del gasto de manera que, felizmente, podamos también ahorrarnos los tantos senadores y diputados, y sus correspondientes gastos fijos y comisiones y primas y franquicias y exoneraciones y canastas navideñas y tráfico de chinos y organizaciones no gubernamentales y sus bien surtidos barrilitos.
Y puestos a ahorrar, economizarnos igualmente los honoríficos regidores y sus dietas y beneficios y familias numerosas todas dotadas de sus oportunos pasaportes y sus documentos arreglados y sus visas alteradas y más dietas y más exoneraciones y maletines negros.
Y ahorrarnos por fin las primeras y las segundas damas, y los tantos enyipetados funcionarios y sus primeras y segundas queridas, y los tantos aguajeros síndicos y sus primeras y segundas… asistentes.
Y ahorrarnos siquiera algunos de los tantos generales, de los entogados mercaderes, de los ensotanados fariseos, de los depredadores empresarios, de los embajadores malcriados.
Y ahorrarnos los diálogos de sordos, las becas para nobles, los pegasos alados, las enramadas con jacuzzi, los invernaderos populares. Y ahorrarnos los metros y los zoológicos capitaleños y los patios traseros.
Hasta que un día, un feliz día, este sufrido y austero pueblo, ahorradas todas las francachelas ensacadas, todas las cuchipandas licenciadas, se dé por fin el gusto del gran bonche de la dignidad.