La inutilidad del voto dominicano

Me pregunto qué importancia puede tener llevar a la llamada silla de alfileres a un presidente honesto e inteligente o a un presidente idiota. Me pregunto cuál es el afán de disponer de un equipo de gobierno capacitado en lugar de elegir a una caterva de ineptos; de contar con un programa de gobierno eficaz o con un mamotreto impresentable. Me pregunto qué importancia tiene elaborar un presupuesto sopesado o un millonario derroche de fruslerías si, como quiera, la suerte del país siempre va a estar determinada por la crisis internacional.

Y es, precisamente, esa crisis urdida allende las fronteras propias la que, dicen los oráculos, sigue condicionando la política nacional. Y lo peor es que, todavía, gravitan negativamente sobre la suerte del país, me temo, los trágicos accidentes de Diana de Gales, de Carlos Gardel y Roberto Clemente; el hundimiento del Titanic, la guerra de los Boers y la séptima independencia efímera de Madagascar.

Vivimos condenados por un destino cruel que, no importa lo que hagamos, sigue empeñado en dejarnos sin opciones, cerrándonos todas las salidas, convirtiendo en «tiempos malos» todos los tiempos.

Nosotros, mientras tanto, seguimos confiados en el feliz augurio de los buenos tiempos por venir que, curiosamente, van a estar exentos de los amargos avatares internacionales que ahora nos reducen a la impotencia.

Y no es que uno dude de que así sea, de que en los próximos años vayan a desaparecer todas las humanitarias guerras que hoy nos emboscan, todos los sangrientos atentados que nos condicionan, todas las catástrofes naturales que en la actualidad no nos dan tregua. Mi temor es que, desaparecidas de la faz de la tierra todas las desgracias que nos condenan a ser lo que somos, que nos obligan a vivir como vivimos,  cuando ya ni los volcanes islandeses perturben nuestra atmósfera, vayan los astros, en conciliábulo secreto y criminal, a cerrarnos las puertas del desarrollo sostenido y sustentable.

Y así, la constelación Orión, en componenda con la Vía Lactea, modifique algunos grados su posición estelar provocando otra desorbitada alza del dólar. Y que una lluvia incontenible de aerolitos desbocados desarticule algún anillo flojo de Saturno provocando una nueva subida del transporte. Y que el satélite Ganímedes, en complicidad con la Osa Mayor, abandone finalmente su curso jupiterino y dispare los precios de la canasta familiar. Y que la Luna tome la decisión de no volver a salir de su cuarto menguante congelando la anunciada y pospuesta marea de salarios crecientes.

Para resolver el problema del cambio climático

Como  si el mundo no tuviera otros problemas de los que ocuparse y asuntos que atender, los mismos agoreros de siempre, incapaces de reconocer que el progreso tiene un costo, se han dado a la tarea de alarmar innecesariamente a la ciudadanía con la pretendida amenaza de un cambio climático.

Así sea porque buscan desviar la atención sobre las cuestiones que, en verdad, importan, como donde pasará sus próximas vacaciones el monarca español, o porque en su ignorancia creen irreparables las consecuencias del cambio climático, son cada vez más los energúmenos empeñados en alertar a la gente con terribles predicciones sobre la suerte que correrá el género humano de no poner freno a un modelo de desarrollo al que culpan de la debacle que se avecina y que, sin embargo, ha sido capaz, por ejemplo, de dotarnos de cepillos de dientes eléctricos para economizarnos el gasto de mover el brazo y fatigar la mano, o de producir hamburguesas que nos aportan en una sola ingesta todas las calorías del mes.

Contraviniendo voces tan autorizadas como la de Ana Botella, concejala de Medio Ambiente del Ayuntamiento de Madrid, que insiste en la teoría de que “la naturaleza debe de estar al servicio del hombre”,  agitadores profesionales del caos persisten en ver señales de sus funestas predicciones  en cualquier fenómeno natural que no sepan o puedan explicar: que si el otoño está entrando en diciembre, que si ya no hay primavera, que si llueve más de lo debido o que no llueve, que si los huracanes ahora viajan en sentido contrario, que si la tierra tiembla más que ayer…

La respuesta a semejante problema, sin embargo, está a la vista y sólo aguarda a que los Estados conscientes la pongan en práctica para dejar sin argumentos, por más falaces que sean, a tantas agoreras pitonisas.

Si hemos sido capaces de hacer más rentables las horas de luz natural del día, simplemente, cambiando el horario ¿cuál es el problema para no modificar también el calendario, las estaciones, los meses del año?

Por otra parte, la división del año en doce meses y en cuatro etapas las estaciones se ha mantenido durante siglos y ya va siendo hora de que también se someta al cambio que demanda el desarrollo sostenido y sustentable y la globalización.

Incluso, me atrevo a proponer, que cada región o país cuente con un calendario adaptado a la idiosincrasia de su clima, a sus características, de manera que ganen precisión los pronósticos climatológicos y se eviten las incongruencias existentes en la actualidad en algunas zonas del planeta en las que todavía se insiste en que los inviernos sean cálidos y los veranos fríos. Por muy argentino que sea el verano no es verdad que le quepa una bufanda, ni hay razón en invierno para tirarse al río, aunque sea el de la Plata.

De hecho, Argentina, bien podría disponer de cuatro estaciones: Maravera, Veradona, Maradona y Gol.

En Honduras, las estaciones pasarían a denominarse Golpe primaveral, Golpe veraniego, Golpe otoñal y Golpe invernal.

La República Dominicana contaría, de momento, con 12 estaciones: Primavera Norte, Primavera Sur, Primavera Sureste, Primavera Central, Verano Oeste, Verano Parte Atrás, Vaina de Otoño, Distrito Otoñal, Liga de Otoño, Invierno Uno, Invierno Dos y Diáspora Invernal.

En Estados Unidos las estaciones serían Primavera Duradera, Verano Infinito, Otoño Verdadero e Invierno Republicano. Los meses del año también sufrirían cambios y pasarían a llamarse: January Kings, Fordbruary, Marchkodak, Mc Aprilds,  Play May, Pepsi June, July Coca, Westingaugust, Huttember, Shelltober, Sonyvenber y Chevroclaus.

Europa dispondría de Primavera Médium, Verano Largue, Otoño Extralargue e Invierno Smoll.

Galicia, sin embargo, en relación a las estaciones,  dispondría de cinco: Chapapote, Siniestro,  Incendio, Diluvio y Fraga.

Andalucía por su parte tendría siete estaciones: Estío, Hastío, Hostia, Veranillo, Bochorno, Canícula y Olé.

Donde no fuera posible articular las debidas estaciones, siempre podrían barajarse otras posibilidades. En el País Vasco, por ejemplo, a la Primavera se le abriría causa en la Audiencia Nacional siendo encarcelada sin fianza, el Verano sería detenido por ser parte del entorno, el Otoño también sería conducido a prisión por ser parte del umbral  a la espera de formularle nuevas imputaciones, y el Invierno permanecería incomunicado e interrogado hasta que confesara su frialdad.

En Colombia, estaciones, meses y días de la semana, serían enterrados en fosa comunes.

Otra posibilidad que abriría la modernización del calendario sería su adaptación a los muchos credos religiosos existentes. El Vaticano, es otro ejemplo, podría contar con VI estaciones a su medida como: Mater Primaverum, Primaverun Santum,  Verannius Pecatoribus, Otoñum Pederastium, Inviernus Pro Nobis  y Epifania Pedofilium

La condición social, la alcurnia de las personas, también podría ser determinante para confeccionar estaciones y calendarios a su medida. Las aristocráticas y nobles familias que se asientan en Europa, prácticamente no precisarían cambios. En todo caso, algún breve apunte que especifique las características de la estación: Primavera Mediterránea, Veraneo Balear, Otoño Alpino e Invierno Palaciego podrían servir perfectamente al fin que se pretende.

Y queda, como propuesta para el resto de países, la que se recoge en un libro publicado recientemente sobre pintadas callejeras que determina como estaciones: Primavera, Verano, ¡Coño! e Invierno.

En cualquier caso, cada quien que establezca su propio calendario