Para resolver el problema del cambio climático

Como  si el mundo no tuviera otros problemas de los que ocuparse y asuntos que atender, los mismos agoreros de siempre, incapaces de reconocer que el progreso tiene un costo, se han dado a la tarea de alarmar innecesariamente a la ciudadanía con la pretendida amenaza de un cambio climático.

Así sea porque buscan desviar la atención sobre las cuestiones que, en verdad, importan, como donde pasará sus próximas vacaciones el monarca español, o porque en su ignorancia creen irreparables las consecuencias del cambio climático, son cada vez más los energúmenos empeñados en alertar a la gente con terribles predicciones sobre la suerte que correrá el género humano de no poner freno a un modelo de desarrollo al que culpan de la debacle que se avecina y que, sin embargo, ha sido capaz, por ejemplo, de dotarnos de cepillos de dientes eléctricos para economizarnos el gasto de mover el brazo y fatigar la mano, o de producir hamburguesas que nos aportan en una sola ingesta todas las calorías del mes.

Contraviniendo voces tan autorizadas como la de Ana Botella, concejala de Medio Ambiente del Ayuntamiento de Madrid, que insiste en la teoría de que “la naturaleza debe de estar al servicio del hombre”,  agitadores profesionales del caos persisten en ver señales de sus funestas predicciones  en cualquier fenómeno natural que no sepan o puedan explicar: que si el otoño está entrando en diciembre, que si ya no hay primavera, que si llueve más de lo debido o que no llueve, que si los huracanes ahora viajan en sentido contrario, que si la tierra tiembla más que ayer…

La respuesta a semejante problema, sin embargo, está a la vista y sólo aguarda a que los Estados conscientes la pongan en práctica para dejar sin argumentos, por más falaces que sean, a tantas agoreras pitonisas.

Si hemos sido capaces de hacer más rentables las horas de luz natural del día, simplemente, cambiando el horario ¿cuál es el problema para no modificar también el calendario, las estaciones, los meses del año?

Por otra parte, la división del año en doce meses y en cuatro etapas las estaciones se ha mantenido durante siglos y ya va siendo hora de que también se someta al cambio que demanda el desarrollo sostenido y sustentable y la globalización.

Incluso, me atrevo a proponer, que cada región o país cuente con un calendario adaptado a la idiosincrasia de su clima, a sus características, de manera que ganen precisión los pronósticos climatológicos y se eviten las incongruencias existentes en la actualidad en algunas zonas del planeta en las que todavía se insiste en que los inviernos sean cálidos y los veranos fríos. Por muy argentino que sea el verano no es verdad que le quepa una bufanda, ni hay razón en invierno para tirarse al río, aunque sea el de la Plata.

De hecho, Argentina, bien podría disponer de cuatro estaciones: Maravera, Veradona, Maradona y Gol.

En Honduras, las estaciones pasarían a denominarse Golpe primaveral, Golpe veraniego, Golpe otoñal y Golpe invernal.

La República Dominicana contaría, de momento, con 12 estaciones: Primavera Norte, Primavera Sur, Primavera Sureste, Primavera Central, Verano Oeste, Verano Parte Atrás, Vaina de Otoño, Distrito Otoñal, Liga de Otoño, Invierno Uno, Invierno Dos y Diáspora Invernal.

En Estados Unidos las estaciones serían Primavera Duradera, Verano Infinito, Otoño Verdadero e Invierno Republicano. Los meses del año también sufrirían cambios y pasarían a llamarse: January Kings, Fordbruary, Marchkodak, Mc Aprilds,  Play May, Pepsi June, July Coca, Westingaugust, Huttember, Shelltober, Sonyvenber y Chevroclaus.

Europa dispondría de Primavera Médium, Verano Largue, Otoño Extralargue e Invierno Smoll.

Galicia, sin embargo, en relación a las estaciones,  dispondría de cinco: Chapapote, Siniestro,  Incendio, Diluvio y Fraga.

Andalucía por su parte tendría siete estaciones: Estío, Hastío, Hostia, Veranillo, Bochorno, Canícula y Olé.

Donde no fuera posible articular las debidas estaciones, siempre podrían barajarse otras posibilidades. En el País Vasco, por ejemplo, a la Primavera se le abriría causa en la Audiencia Nacional siendo encarcelada sin fianza, el Verano sería detenido por ser parte del entorno, el Otoño también sería conducido a prisión por ser parte del umbral  a la espera de formularle nuevas imputaciones, y el Invierno permanecería incomunicado e interrogado hasta que confesara su frialdad.

En Colombia, estaciones, meses y días de la semana, serían enterrados en fosa comunes.

Otra posibilidad que abriría la modernización del calendario sería su adaptación a los muchos credos religiosos existentes. El Vaticano, es otro ejemplo, podría contar con VI estaciones a su medida como: Mater Primaverum, Primaverun Santum,  Verannius Pecatoribus, Otoñum Pederastium, Inviernus Pro Nobis  y Epifania Pedofilium

La condición social, la alcurnia de las personas, también podría ser determinante para confeccionar estaciones y calendarios a su medida. Las aristocráticas y nobles familias que se asientan en Europa, prácticamente no precisarían cambios. En todo caso, algún breve apunte que especifique las características de la estación: Primavera Mediterránea, Veraneo Balear, Otoño Alpino e Invierno Palaciego podrían servir perfectamente al fin que se pretende.

Y queda, como propuesta para el resto de países, la que se recoge en un libro publicado recientemente sobre pintadas callejeras que determina como estaciones: Primavera, Verano, ¡Coño! e Invierno.

En cualquier caso, cada quien que establezca su propio calendario