Sofá para cuatro

El vampiro asesino penetró sigiloso por la entreabierta ventana. A la luz de la luna, dos colmillos sedientos de sangre, generalmente de mujer, resplandecieron tétricos en la habitación mientras afuera, en medio de la lúgubre noche, el desgarrador aullido de un sanguinario lobo presagiaba el horror.

Con su habitual parsimonia, el vampiro fue aproximándose a la anciana que, recostada en un viejo sofá e indiferente al peligro que se cernía sobre ella, seguía atenta a la pantalla de su televisor como si en absoluto le inquietara la amenaza. Hasta tuvo el detalle, cuando advirtió al vampiro asesino, de hacerle un sitio en el sofá.

Chirrió, entonces, la puerta de la habitación siniestramente, como chirrían siempre las puertas cuando las abre un viejo jorobado de saltones ojos y cabello alborotado. Sin dejar de babear y cuchillo en mano, se acercó por detrás a la anciana con el mismo sigilo e intenciones de quien le precediera.

Y todo ello mientras afuera, en medio de la lúgubre noche, el desgarrador aullido de un sanguinario lobo confirmaba el horror.

La anciana, recostada en un viejo sofá en compañía del vampiro asesino, seguía atenta a la pantalla como si en absoluto le inquietara la amenaza. Hasta se corrió en el sofá, una vez vio al jorobado, para que se sentara a su lado.

Un aciago crujido del armario anticipó la mano de la momia. Y tras la mano, de las sombras del destartalado mueble, emergió el resto de la momia.

Cerca de la casa, pero todavía en medio de la lúgubre noche, otro desgarrador aullido de un sanguinario lobo acercaba el horror.

Lentamente, como si le costara respirar a causa del vendaje o por el inevitable hedor de su atuendo, con  las manos siempre por delante,  la momia fue aproximando su sangriento ultimátum a la anciana que, en compañía del vampiro asesino y del loco jorobado, seguía atenta a la pantalla como si en absoluto le inquietara la amenaza. Hasta se decidió, hechas las presentaciones, a compartir también con la momia el concurrido sofá,  aunque observando la precaución,  dada la pestilencia del contexto, de sentar a la momia en un extremo y moverse ella al opuesto.

Y también hubiera consumado su amenaza el lobo de no ser porque, la anciana, finalmente, apagó el televisor, rebuscó en el bolsillo de su jubilada bata los únicos cuatro euros que le quedaban y, cuando los ratificó sobre la palma de su mano, dejó escapar su más brutal y desgarrador alarido poniendo de inmediato en fuga al vampiro, al jorobado y a la momia,  antes de desplomarse sobre su desolada realidad que, tampoco esa noche fue televisada.