Querida Irene

 

Hola mi cielo.

A mi también me encantaría decirte que, finalmente, he encontrado cura para la nostalgia, que por las noches convierto la taberna de la esquina en improvisado colmadón y que, al conjuro de un par de frías espumosas y un pastelito de carne sospechoso, transformo al amigo en pana y ponemos a sonar el último merengue de Toño Rosario sentados en la acera y jugando dominó.

Me encantaría decirte que aún conservo en la despensa un pote por la mitad de ron añejo, que también tengo un chin de dulce de leche guardado en una lata y que, a veces, aunque no sea lo mismo, preparó un buen sancocho sobrado de ingredientes y en lo que llegan los amigos y pasa la vecina, prende la bachata sus humores y, horas más tarde, amanecemos todos camino de una barra en la que vendan derretidos de queso y cuerito de cerdo.

Pero sigo siendo un dominicano atípico que pasa del arroz con habichuelas, que no baila merengue, que no baila bachata, que ni siquiera juega  dominó, reñido con la bulla y los colmados y que tampoco conoce a la vecina.

Y esa es mi tragedia, mi hija, que no sé qué hacer con mi nostalgia, en qué banca de apuestas jugar contra los Lakers y anticipar el triunfo de los Dodgers.;  en qué banco del parque tirarle los tejos a la mulata que pasa, siempre distraída; en qué curul del Conde discutir las ventajas de Mejía y las posibilidades de Fernández; en que esquina caliente me espera mi concón.

Para cualquiera debe ser fácil convertir un cocido en asopao, conseguir que la sidra sepa a mabí seibano y que esta agonía acabe confundiéndose en amargue. Para cualquiera debe ser fácil hacer de la tormenta una jarina y que el problema que ayer me quitó el sueño hoy sólo sea una vaina, una maldita vaina…pero a mí, la nostalgia me desborda y no sé cómo entrarle, cómo enjugar la sal que trae la pena, y consolar sus lágrimas de cuero y güira.

Si después de 26 años en la isla no fui dominicano… ¿cómo lo voy a ser ahora, en la distancia?

¿Y entonces, mi hija, qué puedo hacer con mi nostalgia? ¿En dónde, aquí, voy a hallar una palmera que me arriende su sombra o un concho que me mude de tristeza, que me lleve y me traiga?

La mía es una mierda de nostalgia que, al final, apenas se reduce a ese montón de amigos y de hermanos, con los que he andado al derecho y al revés, y a ese corazón que dejé en Santo Domingo y que, no por casualidad, lleva tu nombre.