Si llegara a ocurrir que un feliz día
acabaras perdiendo la cordura,
que extraviaras los puntos y las comas,
y amanecieras ida, extrañamente insana,
perdidamente loca…
Si llegara a ocurrir
que toda sensatez te fuera ajena
y te diera lo mismo salir a tus adentros
que entrar a tus afueras,
que a cada desvarío sucediera un delirio
y no le dieras tregua a la razón…
Si ocurriera que un día, que no llega,
fuera el discernimiento algo más comprensivo
y la prudencia demandada
por su notoria tendencia a envilecerse,
y el respeto emplazado a definirse
y el derecho puesto del revés…
Si llegara a ocurrir que ese temor,
que cavila remilgos y acuna las palabras
que han de negarnos cuerdos,
esos miedos que son las cortapisas
del juicio que perdemos…
Si llegara a ocurrir que lo perdemos,
para entonces,
a ti y a mí nos tendrá la demencia reservada
una mesa simple, de madera,
donde acodar los sueños
y aliento para hacerlos al camino.
Sospecho, también, un día de lluvia
y que el sol que amanezca no nos halle dormidos;
supongo algunas risas,
ni tantas como para aturdirnos,
ni tontas como para olvidarnos,
podrían ser las justas, las debidas,
esas que cuando son, son un encuentro,
un agitado cruce de alborotos,
otra loca manera de abrazarnos.
Y habrá, de vez en cuando, luna llena,
así le guste al cielo o le disguste,
y una ventana azul y un árbol viejo.