¿Y para qué enemigos?

Días atrás, la prensa estadounidense publicaba alarmada el número de muertos en combate que ha tenido el ejército de ese país en Afganistán desde octubre del 2001, fecha en que se produjo su invasión, hasta el verano pasado. Exactamente 761 bajas.

Curiosamente, y en el mismo periodo, se suicidaron 817 militares estadounidenses.

Al margen de las millonarias inversiones del ejército de los Estados Unidos en prevenir tan elevado número de suicidios y en los contingentes de psicólogos y psiquiatras que han contratado con el mismo fin, la cifra de suicidios no sólo no disminuye sino que aumenta cada año y constituye, según la revista Time, el más grave problema que tienen sus Fuerzas Armadas y la principal preocupación de su presidente.

Ni siquiera los talibanes,  que cada vez se esmeran más en competir con los estadounidenses y revertir a su favor las mortales estadísticas han logrado ser tan efectivos.

En Iraq las cuentas guardan parecidas proporciones a pesar de Al Qaeda.

Y no son los únicos datos inquietantes que, de alguna manera, explican las características de una sociedad que ha convertido su  “american way of life” en su única religión posible.

En Estados Unidos,  que cuenta con más armas que habitantes y en donde cualquiera puede acumular un arsenal en su propia casa, según las estimaciones de sus organismos, todos los años mueren violentamente 18.000 ciudadanos,  algo así como seis torres gemelas al año, la mayoría por armas de fuego.

Sin embargo, en el mismo periodo, el número de ciudadanos estadounidenses que se suicidan es casi el doble, 32.000.

A tenor de estas cifras cualquiera se pregunta ¿esa es la sociedad que se nos propone como modelo? ¿Y para qué necesitan más enemigos los Estados Unidos?